Es mejor esperar a que sanen las heridas y no abrirte una más. (Julieth)
Armando es, ante todo, un fan.
Siempre siente que está a punto de tirar su saxofón al río Sena, como hizo un hombre apellidado Benedetti (nada que ver con el piterísimo poeta uruguayo) cuando vio tocar a Charlie Parker.
A partir de ese momento, se dedicó a grabar todos los conciertos de Parker.
Yo no me atrevo a tanto. Pero sí soy más Jerry Wexler que Aretha Franklin. Soy más Ahmet Ertegun que Ray Charles (excepto por lo ciego). Soy, sobre todo, un sastre. O eso quisiera ser.
Tal vez sea por mi educación católica que necesito estar rodeado de santos. Pero santos paganos. Y Dioses. Bob Dylan es Dios. Bruce Springsteen es como San Juan Bautista, sumergiendo nuestras cabezas no en el Jordán, sino en el Mississippi. Aretha es la Gran Sacerdotisa. Eric Clapton es Santo Tomás. O no, más bien yo soy Tomás y él es quien destruye mi escepticismo virtuosamente. Y como dice Don McLean en American Pie: Elvis es un rey que, al estar cabizbajo, perdió su corona de espinas a manos del bufón, que es Dylan. Dylan es Dios y Bufón y el universo es una carcajada eterna.
Y todo esto lo sé porque alguien me lo tradujo. El gran Jaime López. Sin él, no sabría que hay gospel pagano y que el rock and roll existe desde el antiguo egipto, porque ahí también había una ciudad llamada Memphis. López es Dylan, es Sam Shepard, es el Camarón de la Isla. Es la condensación de todos mis ídolos en uno. (Hasta dobló a Mickey Rourke en Sin City). Y ya que hablamos de cine, yo me eduqué viendo a Woody Allen. Estudiando cada uno de sus movimientos. Y amo a Scorsese. y a Tarantino (que no le digan, que no le Quentin... jejeje).
Y -volviendo a la música- a Frank Sinatra y a Leonard Cohen y a Lou Reed y Laurie Anderson. De los Beatles no es necesario hablar. Están aquí adentro. Soy fan. Prendo decenas de veladoras para todos ellos. Me hinco ante Picasso, me conmueve, me sacude. Siento cómo me empuja el estómago de adentro hacia afuera ante cada uno de sus cuadros.
Bob Dylan, que también (y ante todo) es un fan, escribió una canción llamada “Blind Willie McTell” (como el legendario bluesero del mismo nombre.) En esa obra maestra, Bob afirma que ante el Apocalipsis, él tiene una certeza: “But I know one thing/ Nobody can sing/ The blues like Blind Willie McTell”. Soy un fan. Un peregrino que en vez de ir a Santiago de Compostela o a La Meca, va al estadio de los Gigantes a ver a Springsteen, y luego va a las Vegas a ver a Dylan; aunque Dylan haya estado en México muy poco antes.
Del teatro no puedo hablar. Hay cosas que mejor no se describen. ¿Cómo hablar de Gurrola, de Margules, de Héctor Mendoza, de David Olguín o de Peter Brook? No hay palabras. Soy un fan. No un poeta. El teatro es indescriptible. Es como la lengua del Espíritu Santo posándose sobre todos los que lo viven. Los actores, el director y el público. Soy fan, soy público, pero también soy un individuo. Como dijo Ayn Rand (mi escritora favorita), no quiero apropiarme de la grandeza de los demás, quiero verla y apreciarla e inspirarme a buscar la propia.
Ése soy yo. ¿Me habré explicado?