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Datos básicos

El océano es soberbio; en su impetuosidad socorre a los mamíferos más grandes, y en su profundidad insoslayable se escuchan sus cantos, anhelos, ruegos, despedidas. La brutalidad se da allí también, como ensayo de la violencia terrestre; pero esta brutalidad se vuelve sublime en el entendimiento de la naturaleza que ya no rige más arriba, sobre la tierra. Los bosques de coral reclaman el poderío de los colores y las texturas, pero son pocos los hombres y las mujeres que le otorgan su correspondiente trono antes que a la primavera de su propio suelo. En la profundidad acuática gobierna aquella oscuridad que ya ningún astro recuerda, a veces sorprendida por la luz propia de las criaturas que allí residen, una luz que no es metáfora. Y sólo allí se encuentra un sabor propio de ese reino, un sabor que puede sanar pero que también puede llamar a la muerte en la desesperación del náufrago. Pero quizás haya algo en la tierra que no tenga lugar en la majestuosidad del océano: labios; labios que en su ascenso curvo hacia la sonrisa, en una inflexión que es siempre distinta, resaltan sus comisuras, su final incierto; labios que pueden besar ojos cerrados, lacrimosos, y sentir en ellos el sabor propio de aquel reino tan lejano, toda la bellezas que en él se conjugan

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